Durante siglos, la principal actividad económica de la isla se basó en el comercio de la sal. Las salineras, convertidas hoy día en reserva natural, se vieron explotadas desde la época púnico-fenicia. El mar inundaba un tramo de tierra en el que, por evaporación, se acumulaba la sal. Después se recogía y era cargada a hombros por la mítica figura del salinero.

Pero si transportar la sal ya era un trabajo duro, los salineros debían enfrentarse a un enemigo mucho más temible y que causó estragos en la población de la isla. La presencia de las aguas estancadas son un auténtico caldo de cultivo para los mosquitos, y con ellos, enfermedades como el paludismo se dejaron sentir sobre estos trabajadores. Para lugar de recogimiento se creó la iglesia de Sant Francesc, y, como homenaje a tanto sufrimiento, desde 2007, una obra de Pedro Hormigo. Un monumento al salinero representado en su trabajo diario, mirando hacia la salinera, y contemplando lo que de otro modo hubiese sido un castigo, las espectaculares puestas de sol que la salinera nos ofrece.

Este monumento se encuentra tras la iglesia de Sant Francesc d’Estany, situándose al borde del comienzo de la salinera. Esta iglesia se encuentra a mitad de camino, entre las playas de Salines y Es Cavallet, y la vecina población de Sant Jordi. Si bien el camino no tiene pérdida, si se nos antoja recomendable aparcar el coche en el primer llano que nos encontramos justo antes de llegar a la iglesia. Después la cosa se complica bastante.